En su nuevo libro Slouching Towards Sirte, que se publicará en diciembre, Maximilian Forte cuestiona muchas de las ideas que prevalecen, tanto en la izquierda como en la derecha, con respecto a Libia y los motivos tras la intervención de la OTAN en ese país que derrocó el gobierno de Muamar Gadafi el año pasado. Como explica Forte, la intervención de la OTAN se preparó durante muchos años. La OTAN, dirigida por EE.UU., aprovechó la “Primavera Árabe” y las muy reales y legítimas protestas en Libia para realizar un deseo albergado hace tiempo de liberarse de un gobierno nacionalista que había ayudado a otras luchas por la liberación nacional (como las luchas del CNA, los sandinistas y la OLP). Además, Libia bajo Gadafi estaba tomando un rol de liderazgo cada vez más importante en África y bloqueaba oportunidades económica y de inversión de EE.UU. en la propia Libia así como su mayor penetración en África en su conjunto.
Por cierto, el título del libro provoca la pregunta de por qué la ciudad de Sirte es tan importante en esta narrativa. Como explica Forte, Sirte, aparte de la ciudad natal de Muamar Gadafi y segunda capital de Libia bajo su gobierno, fue durante siglos la puerta de acceso de los potenciales invasores de África. Forte cita al respecto al propio Gadafi quien saludó a los dirigentes africanos de Sirte en la Quinta Cumbre Ordinaria de la Unión Africana de 2005, describiéndola como “ciudad de primera línea porque se enfrentó a los ataques y resistió varias campañas coloniales que apuntaban al corazón de África desde las eras romana, bizantina, turca y coloniales, junto a otras incursiones de los vándalos que trataban de penetrar profundamente en la campaña africana… Sirte fue siempre la primera línea de defensa frente a esas campañas”. Forte relata además que Sirte, la ciudad en la que se fundó la Unión Africana en 1999, en gran parte gracias al propio Gadafi, siguió siendo una ciudad de primera línea crucial –y por cierto la capital prevista de los nuevos Estados Unidos de África– hasta que tuvo lugar la invasión de la OTAN.
Según la tesis de Forte, Sirte, como ciudad de primera línea, era una importante presa simbólica y un objetivo de la OTAN que, para hacer que su mensaje de que también estaba preparando una nueva vuelta de pillaje y saqueo llegara claramente a Libia y a toda África, trabajó junto a los rebeldes antigubernamentales para arrasar la ciudad. Citando al respecto a David Randall, periodista del Independent de Londres, después de la intervención de la OTAN Sirte “se quedó sin un edificio intacto con casi todas las casas… pulverizadas por cohetes o morteros, quemadas, o acribilladas, la infraestructura de una ciudad a la que el líder libio dedicó millones simplemente ha dejado de existir".
Además, aunque la OTAN y su coro de animadores de ciertas organizaciones occidentales de derechos humanos afirmaron que invadía Libia para proteger a los civiles, la población de Sirte resultó diezmada en la destrucción de la ciudad. Como dice Forte:
Sirte sufrió una catástrofe, según… las descripciones de numerosos testigos presenciales, de interminables filas de edificios en llamas, cadáveres de ejecutados que yacían en el césped de los hospitales, fosas comunes, casas saqueadas y quemadas por los insurgentes, edificios de viviendas arrasados por las bombas de la OTAN. Es la verdadera cara de la ‘protección de civiles’ y parecen crímenes contra la humanidad. Lejos de la imagen romántica de toda Libia alzada contra el ‘maligno tirano’, era la cara de una parte de Libia destruyendo a la otra con la ayuda (por decir lo menos) de fuerzas extranjeras.
Y es un punto clave en la narrativa de Forte: mientras las ONG de derechos humanos como Amnistía Internacional (AI) se apresuraron a pedir la acción del Consejo de Seguridad de la ONU para impedir una posible matanza del gobierno libio en Bengasi, esas mismas ONG no pidieron una acción semejante cuando se destruyí Sirte, manzana tras manzana, con la ayuda de las mismas fuerzas de la OTAN que ayudaron a desencadenarla. Lejos de semejantes llamados a una acción afirmativa de la ONU, grupos como AI incluso enmudecieron y no criticaron esa matanza, minimizando la cantidad de víctimas civiles en Sirte (y en Libia en general) y tratando con escepticismo los informes de violaciones de los derechos humanos en Sirte.
Mientras AI terminó por aplaudir a la OTAN por sus presuntos “esfuerzos significativos para minimizas el riesgo de causar bajas civiles”, Forte demuestra que la OTAN y sus aliados rebeldes atacaron a los civiles y la infraestructura civil en Sirte, y que el resultado fue muchos más civiles muertos que solo los “montones de civiles libios [muertos]” que AI atribuye a la OTAN durante el curso de todo el conflicto. Por cierto, existe buena evidencia de que hubo bombardeos de la OTAN -incursiones que conllevaban la típica política estadounidense de “doble golpe” en la cual se bombardea una y otra vez la zona para matar a los civiles que llegan a la escena a rescatar a los heridos y muertos después del primero bombardeo– que mataron a numerosos civiles en Sirte y en otros sitios de una sola pasada. Pero otra vez los grupos como AI se mantuvieron impasibles.
Es esta selectividad en el manejo de violaciones reales o amenazas de los derechos humanos –selectividad basada en quién es el agresor y quién el agredido– es la que ha debilitado la doctrina de los derechos humanos y el sistema en el que opera. Como diría Noam Chomsky, cuando el agresor es una poderosa entidad occidental como la OTAN, o un aliado suyo, sus violaciones de los derechos humanos no importan, y sus víctimas son, en los hechos, “indignas”. En realidad, los civiles de Sirte tuvieron la mala suerte de ser ese tipò de víctimas “indignas”, como los civiles de Bani Walid que recientemente han sido atacados y sitiados por el nuevo gobierno pro occidental de Libia y como los civiles que viven en Gaza o los campesinos de Colombia.
Mostrando sus cartas, el principal instigador y líder de la intervención de la OTAN, EE.UU., no perdió tiempo en llegar a Libia después de la caída del gobierno de Gadafi para recolectar los despojos de la guerra. Así, en septiembre de 2011, incluso antes del violento asesinato de Gadafi en octubre, el embajador de EE.UU. Gene Cretz, “participó en una conferencia telefónica del Departamento de Estado con unas 150 compañías estadounidenses que esperaban hacer negocios en Libia”. Como subraya Forte en su libro, que postula que el acceso estadounidense a la inversión en infraestructura fue un motivo aún mayor para la intervención que el acceso al petróleo, las oportunidades de negocios discutidas en esa región fueron ciertamente proyectos de infraestructura.
Forte prueba irrefutablemente que EE.UU. –a pesar de una cierta mejora de las relaciones con Gadafi antes del levantamiento de febrero de 2011– mantenía su frustración por el bloqueo de Gadafi de proyectos de infraestructura de compañías estadounidenses como Bechtel y Caterpillar, proyectos que Libia concedió a empresas rusas, chinas y alemanas. La invasión solucionó el problema de dos maneras contundentes. Primero, por supuesto, EE.UU. aseguró mediante su intervención en Libia que una porción sustancial de futuros proyectos de infraestructura se entregaría a las compañías estadounidenses. Sin embargo la parte más importante, y más diabólica del plan, es que la propia intervención violenta creó la necesidad de dichos proyectos de infraestructura, ¿qué mejor manera de crear esa necesidad que arrasar ciudades enteras? Y aunque EE.UU. ciertamente tiene una gran necesidad de inversión en infraestructura en su propio país (por ejemplo para impedir que ciudades como Nueva York se hundan en el mar), una inversión semejante tiene la clara desventaja de que hay que pagarla con dinero estadounidense.
En el caso de Libia, como ocurrió en el caso de Irak, EE.UU. devastó el país, creando así una gran demanda de proyectos de infraestructura y después exigió que los pagara el propio país con el dinero de sus ingresos del petróleo. “Capitalismo buitre” es ciertamente un término demasiado elegante para este tipo de destrucción creativa, porque los buitres se alimentan de carroña que ya está muerta; en este caso EE.UU. crea la carroña para que se alimenten sus corporaciones a costa de otros. ¡Brillante!
Solo como ejemplo, hice una rápida búsqueda en Google y encontré un artículo del 31 de mayo de 2012 de una publicación empresarial llamada Ventures que explica que solo General Electric “espera generar hasta 10.000 millones de dólares de ingresos en Libia, ya que el país norteafricano se propone reconstruir su economía, infraestructura, e instituciones en la era post Gadafi”. El mismo artículo explica que “en 2011, el Departamento de Comercio e Inversión del Reino Unido calculó que el valor de los contratos para reconstruir Libia, en sectores que van del suministro de electricidad y de agua a la atención sanitaria y la educación, ascenderá a más de 300.000 millones de dólares en los próximos 10 años”. A continuación el artículo cita al portavoz de GE quien se alegra por el hecho de que, después de la invasión de la OTAN, “el país necesita todo, desarrollo del petróleo y del gas, que creará la riqueza para mejorar la vida de la gente, agua potable, energía fiable, un buen sistema de salud, la construcción de un sistema de transporte por riel y por avión para que la economía se pueda desarrollar, y todas esas son áreas de concentración son para nosotros en Libia, como hicimos en Irak”.
Además, una vez eliminado el problema que representaba el líder pan-africanista libio Gadafi, el águila estadounidense y su recién formado Comando Central Africano (AFRICOM) se abatieron sobre otras partes de África para iniciar la penetración en el continente.
Citando al periodista británico Dan Glazebrook, Forte explica:
“Al eliminar a Muamar Gadafi AFRICOM eliminó en realidad al más encarnizado adversario del proyecto… Gadafi terminó su vida política como un pan-africanista devoto, e indpendientemente de lo que se pensase sobre él, es obvio que no veía África como la sometida proveedorara de mano de obra barata y materias primas para cuya conservación se creó el AFRICOM”.
Además, “apenas un mes después de la caída de Trípoli –y el mismo mes del asesinto de Gadafi (octubre de 2011)– EE.UU. anunció que estaba enviando tropas por lo menos a otros cuatro países africanos: República Centroafricana, Uganda, Sudán del Sur y República Democrática del Congo”. AFRICOM anunció además 14 importantes ejercicios militares conjuntos planificados con Estados africanos para 2012, una cantidad sin precedente de ejercicios semejantes.
Se puede decir mucho más sobre esta terrible historia de la intervención de la OTAN en Libia y en África, y recomiendo encarecidamente que el lector estudie Slouching Towards Sirte para los horrendos detalles. Simplemente terminaré este artículo diciendo que en los tiempos que vivimos es fundamental vigilar cualquier afirmación de las potencias occidentales, especialmente EE.UU., de que van a la guerra a proteger los derechos humanos, porque casi invariablemente la realidad es que la guerra termina violando más derechos humanos de los que protege. Por desgracia los derechos humanos se han convertido en el Caballo de Troya que EE.UU. y sus aliados de las ONG utilizan para justificar intervenciones violentas en países extranjeros. Por lo tanto, mientras la historia del Caballo de Troya condujo a la famosa máxima: “Temo a los griegos incluso cuando traen regalos”, yo aconsejaría a la gente del Sur Global más pobre: “Temed a los occidentales incluso cuando traen regalos”. Ciertamente Forte nos muestra por qué hay que hacer caso de este consejo.
Daniel Kovalik es un abogado sindical y de derechos humanos que vive en Pittsburgh. Actualmente enseña Derechos Humanos Internacionales en la Escuela de Derecho de la Universidad de Pittsburgh.
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